Es que contar hechos de esta naturaleza nos colocaría en el grupo de los orates o mínimo en de los mentirosos. No tendría más de ocho años cuando la escuché sentado en la sala de mi casa mientras los mayores departían animadamente en la penumbra, pues el bombillo que pendía del techo solo emitía una lucecita mortecina. Pero eso fue ideal para el relato que acaparó la atención de todos esa noche, tanto así que ni percibieron mi presencia pues los niños teníamos prohibido escuchar y mucho menos participar en las conversaciones de los adultos.
El tema se basaba en historias, leyendas y cuentos de espantos y brujas, tan abundantes en Antioquia. Me moría del susto pero no quería perderme detalle de nada mientras me esforzaba para que no descubrieran mi presencia.
Hablaron de lo de siempre: Del Mohán, que dizque era un hombre con poderes que le permitían transformarse en cualquier animal o cosa, de la Madremonte, que era una mujer que vagaba por los montes desde tiempos inmemoriales y que de tanto estar por allá sus cabellos ya parecían ramas y su piel era rugosa como troncos de árbol, su ropa decían que era de pura hojarasca. También mencionaron las bolas de candela que bajaban rodando por las laderas de las montañas en las afueras del pueblo y que eran vistas por los caminantes cuando los cogía la noche en los caminos de regreso a sus casas.
No faltó la mención del Sombrerón y el Patetarro, eran cuentos que ya había escuchado y que comenzaban a aburrirme, sabía que eran invenciones para entretenerse en ese entonces cuando no había radio ni televisión, ni cine. La gente buscaba de esa forma entretenerse en las noches antes de irse a dormir.
Estaba a punto de irme para mi cuarto cuando uno de los visitantes que había permanecido en silencio comenzó a narrar su historia, decidí darle su oportunidad acomodándome de nuevo en el cojín para escucharlo.
Hace muchos años, dijo, vivía con mi familia en una lejana vereda. Yo era el menor de la casa y gozaba jugando entre las matas de café. La vida allí era tranquila y el aire puro, como era muy pequeño aún no iba a la escuela y permanecía todo el día en la finca, era muy feliz.
Pero de un momento a otro, luego de que todos nos acostábamos en la noche, se comenzaron a sentir unos ruidos raros en la cocina. Vale a aclarar que esa casa era muy grande y que la cocina estaba muy lejos de los cuartos. La cocina todas las noches se cerraba con llave por lo que mis padres decían era que de pronto se estaba entrando algún animal y hacia esos ruidos.
Pero cuando amanecía siempre encontraban todo en orden. Eso era un misterio, indefectiblemente cuando apagábamos las velas y la lámpara cóleman del cuarto principal de mis padres oíamos como si en la cocina revolcaran las ollas y los trastos. Mis hermanos se dormían en el mismo instante que ponían su cabeza en las almohadas, pero yo pasaba muchas noches en vela tapándome completamente con la cobija. Ya no recuerdo cuanto tiempo duró eso, tanto que todos se acostumbraron, menos yo.
Una noche cuando todos dormían comenzó la función, esa vez con más furor. Entonces sacando valor de no sé donde me levanté y en medio de la luz de la luna llena atravesé el largo corredor que separaba el cuarto de la cocina, avancé lentamente descalzo y sin hacer ruido hasta llegar a la puerta de la cocina, estaba bien cerrada con llave y los rayos de la luna se colaban entre los barrotes de macana que estaban en la parte superior del cancel o pared de la cocina.
Los ruidos eran evidentes y salían de allí, ollas que rodaban por el piso, tintineo de cucharas y movimientos de platos y pocillos en el lavaplatos; tenía que encontrarse alguien dentro de ese lugar, pero lo inexplicable era como había entrado estando la puerta bien cerrada con llave. Contenía la respiración para no ponerme en evidencia, el miedo me invadía pero era más grande mi curiosidad, me hice consciente de mi pequeñez y me vi vulnerable y en peligro.
Entonces se me ocurrió una gran idea, la chapa de la puerta era muy antigua y el ojo de la cerradura era suficientemente grande para mirar por él. Así fue que me acerqué con cuidado y puse el ojo en ese visor improvisado, de seguro algo vería gracias a la luz de luna que invadía la cocina, contuve la respiración y miré con mucho cuidado…
La sorpresa no pudo ser más inesperada, vi a una viejita robusta de falda larga y pelo cano, tenía una moña que no olvidaré jamás, la veía claramente dándome la espalda, inclinada y recostada en el mesón de la cocina. Estaba petrificado, quería correr y buscar refugio en mi cuarto pero mis piernas no me respondieron, seguía mirando a esa extraña señora hasta que ella como percibiendo mi presencia, giró aún inclinada y quedamos cara a cara, la pude ver muy bien, sus ojos inyectados, su rostro ajado y cenizo, su cabello cano templado por la moña y sus labios con una mueca de maldad.
Así estuvimos mirándonos sorprendidos, inmóviles, si decir nada, sin emitir ningún sonido. Al fin me volvió el alma al cuerpo y lancé un grito de terror que despertó a todos. Corrí entonces hacia el interior de la casa y vi como mi padre venía a mi encuentro con la lámpara en su mano, mi madre me abrazó y mis hermanos se reían burlándose de mí.
Les conté lo que había visto y todos fuimos a la cocina, mi papá tomó la llave y comenzó a abrir la puerta, por si las moscas tenía el machete en la otra mano no fuera que de alguna manera se hubiera colado un ladrón a ese sitio o más probablemente un chucha.*
Mi madre había tomado la lámpara y la puerta se abrió poco a poco dejando escuchar el chirrido de sus bisagras oxidadas. Estando todos ya dentro no vimos absolutamente nada, todo estaba limpio y en orden.
Tuviste un mal sueño hijo, vamos todos a dormir de nuevo que aquí no ha pasado nada, dijo mi padre. Marchamos por el corredor hacia nuestros cuartos mientras mis hermanos saltaban y se reían divertidos por el incidente.
Desde luego esa noche tampoco pude pegar el ojo, es que yo sabía que lo que había visto era cierto.
“Tan tenebrosa y real me pareció esa historia que no pude contener el grito que tenía atorado en la garganta desde que escuché lo del encuentro de sus ojos con los de la bruja.”
AHHHH.
Mi grito fue tan sorpresivo y contagioso que todos empezaron igualmente a gritar.
Entonces voltearon a mirarme y mi madre furiosa me gritó:
¿Y vos que estás haciendo aquí culicagao*, no sabés que las conversaciones de grandes son solo para mayores?, Andáte pa la cama que mañana arreglamos.
Salí corriendo para mi cuarto, pero me extrañó que todos en el salón se estaban riendo.
* Chucha: Colombianismo /Marsupial, sarigüeya.
* Culicagao: Colombianismo /Niño.
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