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Orgullo Antioqueño con Gustavo Ospina y Santa Fe de Antioquia
De Sangrero a Caporal: Otros Pormenores del Oficio de la Arriería en Antioquia (Siglos XVIII – XX):
Los arrieros generalmente trabajaban en “muladas” grandes de las cuales no eran propietarios. Allí aprendían el oficio, que comenzaban desde muy jóvenes como “sangreros”, el cual iban perfeccionando hasta ser unos experimentados veteranos de la arriería. Vivían todo un proceso de ascenso: de sangreros pasaban a arrieros y de estos a caporales. En sí los tres eran arrieros, pero con diferentes roles jerárquicos.
Muchos arrieros que lograban ganar y reservar dinero para comprar algunas mulas y trabajar de manera independiente en asocio con otros arrieros y conformar así una mulada, terminaban convirtiéndose en acaudalados comerciantes dueños de varias muladas. Para estos trabajaban ya sangreros, arrieros y caporales.
El sangrero era un muchacho aprendiz y ayudante de arriería, que mientras realizaba tareas menores y de apoyo, iba aprendiendo todos los pormenores del oficio de un experimentado arriero, quien era su mentor hasta que le encomendaban sus primeros viajes. Muchas veces este arriero era su padre.
“En el ejercicio del oficio, el arriero se fue perfeccionando y aprendiendo todos los trucos necesarios para hacer un trabajo práctico y eficaz. Este oficio se transmitió de generación en generación. El abuelo le enseñaba al hijo, y este a su hijo. Pero no le enseñaba solo un saber técnico. A través del trabajo y la institución familiar se fue transmitiendo una forma de ser y hacer las cosas que con el tiempo se transformó en unos valores, unas costumbres, una mentalidad y unas actitudes específicas” (*Germán Ferro Medina).
Ahora, el caporal era un arriero con vasta trayectoria en el oficio y que hacía las veces de capaz o mayoral de la mulada, la cual estaba compuesta por varios arrieros y un gran número de bestias de carga. A su vez, el caporal respondía al comerciante propietario de las muladas; es decir, habitualmente estaba al servicio de algún comerciante pudiente, a quien tenía que responder por todo: por las mulas y la carga. Sin embargo, había caporales independientes dueños de sus propias muladas.
Una sola mulada podía tener entre 20 y 50 mulas, unas cuantas remudas, varios caballos cargueros y algunos bueyes de arriería según los requerimientos del viaje. En cuanto a estos últimos animales de carga, se puede decir que en Antioquia coexistieron dos tipos de arriería: de bueyes y de mulas. El buey se usó al principio porque era un buen animal carguero y por su gran capacidad para andar por caminos precarios y pantanosos; pero, como era muy lento, el camino le rendía menos, por lo que se optó por la mula, ya que era más rápida y de gran resistencia para jornadas largas y soleadas. Entonces el buey solo se usó para jornadas cortas (ver Arriería de Bueyes, Orgullo Antioqueño, 2014: --> http://on.fb.me/19IaBaE).
De este modo, las jornadas de arriería eran muy largas y exigentes en medio de caminos “riales” y de herradura, a veces malos y fangosos, empotrados en las escarpadas montañas de Antioquia, en donde los comerciantes encomendaban sus mercancías y demás cargas a los arrieros.
“En caso de que los productos no llegaran a su destino, siempre había por quién preguntar. En su nombre el arriero depositaba la honradez y calidad de su trabajo. Esto lo sabía el sangrero, pero primero tenía que pasar la prueba, conocer bien todos los trucos del oficio, realizar un rito de iniciación como ayudante, que lo llevaría a alcanzar ese grado de independencia, autonomía y prestigio que tenían los buenos arrieros” (*Germán Ferro Medina).
Varios eran los quehaceres del sangrero en su rol de ayudante mientras aprendía todos los secretos de la arriería y adquiría las destrezas propias de esta labor: preparar la comida para las mulas era una de ellas. Esta tarea la comenzaba desde el día anterior al viaje, dejando reposar panela machacada en agua para luego hacer una especie de aguadulce a la que le añadía salvado, así como cortar pasto, picar caña y mezclar melaza con miel para darles de comer y beber antes de partir. La importancia de este encargo radicaba en que a las mulas había que consentirlas y cuidarlas muy bien, pues de ellas dependía en gran parte el éxito de una jornada.
Además, el sangrero se ocupaba de organizar el caballo que cargaba el bastimento con los alimentos necesarios para preparar en el camino, como fríjoles, arroz, tocino ahumado, “bizcochos de teja”, “estacas de maíz” (arepas de arriero), panela, chocolate y café. Básicamente provisiones de alimentos que duraran algún tiempo sin dañarse. Entretanto, cada arriero armaba su "catre", o sea una cobija y una muda de ropa, todo bien "envueltico" y amarrado con un rejo o lía sobre un caballo o una mula.
Una vez en la posada, el sangrero también ayudaba a los arrieros a descargar las mulas para luego llevarlas a pastar a los potreros y darles más melaza, mientras estos se iban a comer y a tomarse unos tragos bien conversados con otros arrieros que se topaban allí y que venían de otros pueblos. Era el espacio nocturno de la tertulia, la charla, la anécdota y los versos cantados al ritmo de tiples, liras y guitarras. “La tradición oral de los caminos se recrea en estas noches de reposo y esparcimiento, donde se hacen amigos y enemigos” (*Germán Ferro Medina).
"Muy buenos amigos todos, nos conocíamos todos, gente de arriba y del valle, arrieros que nos juntábamos, salíamos con carga y todo eso, por todas partes andábamos bueno. Muchas veces nos largábamos a tomar trago, bastante, porque eso daba mucha brega emborracharse, y entonces de pronto, peleábamos, nos sacábamos hasta sangre, y todo por cualquier pendejada de borrachera, y después, hombre, pero vea, nosotros anoche con ese pereque, hombre. ¡Ah! ¡Brutos que somos, no, no! Vamos ayudarnos a trabajar, muchachos, caminen a ver” (Gerardo Osorio alias "Primo", nacido en Jericó en 1897 y entrevistado en Fredonia Antioquia, agosto de 1984, por Germán Ferro Medina para su trabajo de investigación titulado “El arriero: una identidad y un eslabón en el desarrollo económico nacional”).
Para los arrieros lo mejor era llegar a un buen sitio para apear, donde les sirvieran, pudieran reposar para continuar el camino y hallaran buenos potreros o pesebreras para las mulas; pero, muchas veces los cogía la noche lejos de un fonda caminera, entonces los arrieros buscaban potreros para poder entoldar. El caporal señalaba el lugar y entre todos armaban una tolda a la vera del camino para poder pernoctar.
Es así como en estas tiendas los arrieros hacían improvisados dormitorios, cocinaban, comían bizcochos de teja y estacas de maíz, preparaban café, fumaban tabaco, tomaban aguardiente de anís, jugaban tute y dados, relataban anécdotas y contaban historias de espantos; entre tanto, otros se extraían niguas de las plantas y dedos de los pies con la "pico e' loro", pues su cuidado era fundamental, a tal punto que cuando estos quedaban resentidos en los escabrosos caminos, sacaban las velas que traían en sus carrieles para derretirlas con el yesquero y frotarles el cebo caliente junto con limón.
Cerca al mediodía, los arrieros toldaban al lado del camino en una parte plana, con facilidades para conseguir agua y generalmente cercana a una casa.
Descargaban las mulas y con los bultos organizaban su sitio para dormir alrededor de la enjalma que les servía de cama.
El Sangrero organizaba el fogón con tres piedras y dos palos en forma de horqueta sobre el que se ponía otro que servía para colgar las ollas.
Todos se arrimaban a la hora de comer, Frijoles, chicharrones, plátano, chocolate y queso era generalmente el menú común en estos viajes, sin olvidar el famoso "Bizcocho de Arriero", llamado por algunos en Aguadas "Bizcocho de Teja" y que era el acostumbrado manjar en el "hatillo", una bolsa o "jíquera" que llevaba el arriero junto con la carga.
El "Bizcocho de Teja" duraba hasta un mes, era una masa de maíz que, finamente molido y después de amasar la harina con agua, manteca, sal y un huevo se iba adelgazando como para hacer arepas hasta quedar como una tela delgadísima que asaban en una especie de cayana de barro de donde quizás provenga ese nombre dado en Aguadas a este alimento. En las noches, al son del tiple, se reunían todos los arrieros a cantar sus trovas y canciones y a contar los larguísimos cuentos de "Cosiaca" y "Pedro Rimales".
Igual de importante era hacer las curaciones a las bestias en estas paradas, para lo cual cargaban leche de sandio envuelta en un pedacito de capacho de maíz; había que mantenerla para curar el polvillo en los cascos e inflamaciones en las patas de los machos de carga y para tapar gusanos en los bueyes. Todas estas experiencias se convertían en un aprendizaje para el sangrero y en parte de su anecdotario.
Mientras el sangrero ayudaba, observaba con atención y preguntaba con interés a un curtido arriero para aprender de él. El sangrero sabía que el oficio de la arriería se aprendía durante varios años y que implicaba dominar tareas básicas como preparar los bultos, cajas de madera, zurrones y petacas de cuero donde irían las mercancías; aparejar bien las mulas, montar la carga y requintar; saber cuidar y arrear las bestias durante la travesía, así como saber herrar y hacer curaciones.
"Se venda el animal con la mulera, se carga por el lado derecho, se le coloca la enjalma asegurada por la retranca para que no se corra para adelante, y asegurada por delante por el pretal para que no se corra para atrás. Luego se le coloca la lía al primer bulto, que es una soga de cuero bien fina, se le abre un bozal; se alza el primer bulto con la lía, después el otro sostenido por el sangrero y se amarran juntos; luego se amarran los dos bultos con la sobrecarga, que es una soga más larga, la cual tiene un cinchón de cabuya que se le pasa al animal por debajo del vientre; al final del cinchón está el garabato, que es como un gancho de madera fina, generalmente de guayabo o de arrayán. Por medio del garabato se asegura la sobrecarga y se aprieta bien fuerte con un nudo corredizo llamado nudo de encomienda.
El sangrero pide que repita el nudo, pues sabe muy bien que arriero que no sepa hacer este nudo no es arriero, ni puede llegar a serlo” (*Germán Ferro Medina).
Sin embargo, el aprendizaje del sangrero no terminaba ahí. También era propio del saber arriero que los bultos, cajas, zurrones y petacas debían pesar cerca de 75 kilos cada uno. Estas cargas parejas, de igual peso y contenido, se llamaban “mellizas”, y se hacían con la intención de darle estabilidad a las mulas; aunque eso dependía de cuántas “tumbadas” tenía que hacer el arriero por ciertos pasos y "canelones" del camino, es decir, cargar más un lado la carga para que esta no trompicara contra los barrancos.
Así mismo, debía saber que la carga se cubría con el ‘encerado’ (lienzo o cuero recubierto de cera impermeable que protegía la carga de la intemperie) y que según la mercancía, esta podía ser redonda, redonda en zurrones, cuadrada, angarillada, de rastra y en turega, y que para cada tipo de carga era menester tener los aperos apropiados como enjalmas, garras y angarillas
Esta última forma de carga, también llamada “tureguiada”, por su complejidad y el valor de la mercancía, requería de toda la pericia y destreza del arriero, pues:
“En la antigua arriería era práctica corriente para transportar grandes y pesadas cargas utilizar la modalidad de turega, consistente en llevar una carga compartida entre dos mulas, haciendo como un tren, una adelante de la otra y la carga en medio, sostenida por unos largueros paralelos uniendo los dos animales.
Esta forma de transporte tenía su gran dificultad y peligro, poniendo a prueba la sabiduría y habilidad de los arrieros en su oficio, considerando los riesgos que ofrecían los difíciles y escarpados caminos antioqueños, con sus precipicios y ríos que había que bordear y cruzar, puesto que si una de las mulas rodaba por ellos, arrastraba a la otra, con todo y carga. Así fueron traídas las enormes maquinarias para el montaje de las grandes industrias que forjaron el progreso de Antioquia.
Es de saberse además, que había recodos tan cerrados en el camino, que la turega no podía girar, por tanto, el arriero se alzaba él la carga para voltear en las curvas” (Arrieros Antioqueños en 1920 con Carga en "Turega", Orgullo Antioqueño, 2014: --> http://on.fb.me/1aELZLp).
Otro asunto que no era menos importante en el entendimiento de la arriería, es la forma como debían organizarse las muladas, ya que estas eran regularmente grandes y tenían que atravesar caminos de herradura con tramos estrechos, fangosos, muy pendientes y llenos de curvas cerradas dada la topografía abrupta y montañosa de Antioquia.
De este modo, en una mulada iban el caporal, 5 o más arrieros, dependiendo del tamaño de la mulada, y 2 o más sangreros. Entre los animales que componían una mulada estaban: 20 o más mulas cargadas y varias remudas, que eran bestias de carga que se llevaban para remplazar a las mulas que se enfermaban o morían en el camino; el “guión” o caballo guía de la mulada, que generalmente era montado por un sangrero, y la “mula colera”, que podía ser una remuda o una mula enferma que colocaban de última en la recua; varios caballos cargueros, los cuales llevaban las provisiones de alimentos y los catres de los arrieros.
Lista y dispuesta la mulada para partir y emprender el largo y duro periplo de arriería: alimentadas, curadas, herradas, aparejadas y cargadas las mulas; montada y requintada la carga, redonda, en zurrones, cuadrada, angarillada, de rastra y/o tureguiada, cubierta con el encerado según el clima; cargados con los avituallamientos y catres los caballos; organizados los hombres, los mulares y caballares: el guión adelante, la colera tras la recua, las remudas y caballos cargueros cabestreados por otras mulas, porque los arrieros iban a pie arreando, atentos y prestos a todo, salvo el sangrero que en ocasiones iba montado en el guión cuando no lo cabestreaba, o el caporal cuando debía adelantar para hacer una inspección o atender algún requerimiento. Y el perro andariego detrás de su amo entre la mulada.
Entonces, el caporal pasa lista, revisa las cargas y da instrucciones: “Cinco arrieros, veinte mulas: quince con café y el resto con maíz, fríjol y panela para las fondas del camino. Irán por el camino de Islitas y si todo sale bien pasarán la noche en la posada de Juanita Cano.
El caporal era como el jefe: pagaba los fletes a los arrieros, hacía la lista de la población a la que había que llevar y traer mercancías, señalaba rutas, sitios de hospedaje y duración de las jornadas. Era también el responsable de la entrega de la carga, con sus recibos y remisiones” (*Germán Ferro Medina).
El caporal, al igual que los demás arrieros, iniciaba su ardua jornada temprano organizando los arreos y utillajes necesarios para arreglar la carga, además revisando la mercancía encomendada para embalarla en bultos, zurrones, petacas y cajas de madera, y montarla en angarillas o en turegas cuando no era de rastra, porque legalmente se transportaba de todo, desde delicados espejos, hasta pesadas ruedas Pelton.
Los arrieros acarreaban pues todo tipo de mercancías, especialmente aquellas que les dejaran buenos fletes: maíz, café, panela, granos, miel, caña de azúcar, vivires para surtir las fondas, licor, oro, muebles, pianos y los más refinados artículos de lujo importados de Europa, vigas de madera y demás materiales de construcción, pesadas campanas de bronce para las iglesias, plantas eléctricas, entre otras.
“Sin embargo, dos productos mantuvieron un transporte continuo por parte de los arrieros: el oro y el café, porque lograron superar la razón valor/peso y fueron los dos grandes productos de exportación que tuvo Antioquía” (*Germán Ferro Medina).
Ahora, por fuera de estas cargas legales, la arriería participó en el contrabando de mercancías como licores y tabaco. Se contrabandeaban también los productos de prohibida importación, como telas y aquellos que se estaban comenzando a fabricar localmente. Este resultó siempre muy rentable para ellos debido al alto costo de los fletes.
Ya, en el transcurso del viaje, el sangrero cumplía una sencilla pero vital tarea para la mulada: “Cuando el muchacho que iba en el caballo veía de lejos que venía una recua de mulas, tocaba la corneta -pito de cacho-: ¡Ta, ta, ta! avisándoles a los que venían y a los que iban, pa’ que los arrieros se dieran cuenta y se alistaran por el asunto de que esos caminos eran muy estrechos y si una mula con otra se encontraban cerquita, un bulto le daba a otro bulto y se echaban a pelotiar” (Juan Ciro, nacido en Ciudad Bolívar en 1907 y entrevistado en Medellín, noviembre de 1983, por Germán Ferro Medina para su trabajo de investigación titulado “El arriero: una identidad y un eslabón en el desarrollo económico nacional”).
Al mismo tiempo, “los arrieros, siempre pendientes de que las mulas no se fueran a resbalar o a caer por un abismo, requintando la carga, ajustándola cada vez que se aflojaba, cuidando celosamente de que no se fuera a perder o a dañar, pues de la calidad de su trabajo dependía que hubiera más” (*Germán Ferro Medina).
El sangrero, siempre laborioso, muy atento a lo que hacían los arrieros y empeñado en aprender y conocer de ellos todos los vericuetos del oficio, quería verse y sentirse desde el principio como un arriero de verdad, entonces “se fijó que todos llevaran su carriel, incluso él, que llevaba el que había sido de su abuelo. Quería ser buen arriero, y sin carriel no se podía. Llevaba la aguja de arria para remendar algún aparejo que se rompiera, o su ropa, pues nadie estaba libre de accidentes. Había echado un rollito de cabuya, clavos de herrar, martillo y tenazas” (*Germán Ferro Medina).
Tampoco se podía ser un verdadero arriero sin la indumentaria y aperos adecuados para las extensas y exigentes jornadas: sombrero de iraca; poncho o ruana, dependiendo del clima; tapapinche o paruma, que es un delantal grueso de cuero o lona, utilizado para proteger el pantalón y cubrir el “pinche” (nombre dado por los arrieros al pene); mulera, que es un retazo de tela rectangular usado para cegar la mula y evitar que se arisque durante el amarre de la carga; zurriago o perrero para azuzar las mulas; alpargatas o quimbas de fique, tela burda o cuero. Y el machete o peinilla.
Es así como después de iniciarse como sangrero, asimilar todo este aprendizaje, desarrollar todas las capacidades y pericia exigidas en la arriería y acumular años de experiencia como arriero, se podía ascender a caporal, el arriero mayoral de la mulada.
[Documento basado en las lecturas de la obra *A Lomo de Mula (1994) de Germán Ferro Medina; el trabajo de investigación “El arriero: una identidad y un eslabón en el desarrollo económico nacional”, Universidad de los Andes (1985) del mismo autor. Y otros relatos documentados de arrieros de Antioquia]
[En la fotografía antigua Sangrero y Arriero en 1920, Santa Fe de Antioquia]
Texto: © Arepa Antioquia
Fotografía: © Alejandro Mrt-z Duke-z
Cortesía: http://www.misantafedeantioquia.com/
1 comentario:
Excelente ilustración de nuestra historia, tradiciones, dificultades, alegrías, amenos relatos anecdoticos de abuelos que aún recuerdan estos momentos de la transformación y desarrollo de los pueblos Antioqueños.
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