La vejez existe cuando se empieza a decir: nunca me he sentido tan joven.
Juls Renard. Escritor y dramaturgo.(1864-1910)
Todos deseamos llegar a viejos, y todos negamos que hayamos llegado.
Quevedo
Foto de El Colombiano |
De hecho no tenía ni un brazo
o una pierna enyesada, tampoco me sentía incómodo al viajar de pie agarrado del
tubo del techo, ni estaba agotado o sudando. La verdad esa tarde me sentía sumamente
bien y lleno de energía y no sabía qué decisión tomar ante tan inusual
ofrecimiento.
Así que le dije al muchacho: Muchas gracias joven, es que ya me bajo en
la siguiente estación, cosa que no era cierta.
El muchacho se sentó y
entonces recordé que al día siguiente yo arribaría a los sesenta años, edad que
muchos consideran de ancianos. No me preocupó mucho el asunto y por el
contrario me alegró que aún se conservaran algunas de las normas de urbanidad
de Carreño en gente tan joven.
Algunos días después cuando hacía
fila para hacer una diligencia en el banco, uno de los vigilantes me invitó a
que me pasara a la fila preferencial que allí tenían para discapacitados, mujeres
embarazadas y ancianos. De hecho era una fila corta pero de nuevo rechacé cortésmente
el ofrecimiento y preferí conservar mi turno en la de atención general.
Tomé luego una buseta de
transporte público en la que solo había puesto en la parte delantera al lado
del conductor. Subir por esa entrada es algo más complicado por tener su acceso
mucho más alto, pero no era problema para mí. Lo que sucedió mientras subía si
fue algo embarazoso, el chofer comenzó a darme indicaciones sobre cómo debía
subir con el tono de voz con el que se le habla a los niños. Confieso que eso
si me molestó bastante, más aún cuando el que me lo decía no era ningún
jovencito sino un hombre cincuentón.
Toqué el timbre al llegar a mi calle y me bajé dando un salto hasta la acera. Todos los pasajeros sacaron sus cabezas por las ventanillas como sorprendidos y el conductor asombrado dijo: Oh… todavía salta.
Toqué el timbre al llegar a mi calle y me bajé dando un salto hasta la acera. Todos los pasajeros sacaron sus cabezas por las ventanillas como sorprendidos y el conductor asombrado dijo: Oh… todavía salta.
Ya no solo estaba disgustado,
caminé hasta la casa que echaba humo.
Un día al llegar al barrio me
tiré del bus andando, y aunque siempre esto hacía por primera vez lo noté. Cuando
te ofrecen descuento para entrar al teatro y los carros se detienen para que
pases la calle sabrás que has llegado a ser adulto mayor.
Y Alberto Cortez cantó así: “Uno
va subiendo la vida, de a cuatro los primeros escalones. Tiene todas las luces
encendidas y el corazón repleto de ilusiones. Uno va quemando energías, es
joven, tiene fe y está seguro. Soltándole la rienda a su osadía, llegara sin
retrasos el futuro. Y uno sube, sube, sube. Flotando como un globo en el
espacio. Los humos los confunde con las nubes, subestimando a todos los de
abajo".
¿Por qué mi corazón sigue tan
lleno de emociones como niño?
¿Por qué mi mente, sigue igual
de curiosa?
¿Por que al mirar a los ojos
de mi hijo, siento un amor que duele?
No debes preocuparte por las
arrugas de tu rostro, preocúpate por las arrugas de tu cerebro
Ramón y Cajal
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