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LA CAMISA VIEJA
Hoy la lucí por última vez, esa camisa que me acompañó por muchos años y que tanto me gustaba. Se rasgó cuando levanté el brazo. Pero lo hizo cuando llegué a casa y no en el periplo que hice por la ciudad, evitándome pasar un mal rato.
Noble era mi camisa y hoy llegó a su día final con elegancia y distinción, cualidades que siempre tuvo. Me gustaban sus colores y su corte. Sus botones y su textura.
Un día, cuando su cuello comenzó a raerse la llevé donde la costurera para que lo invirtiera, luego de lo cual quedó como nueva.
Llegó a su retiro después de tantos años de protegerme del sol, el polvo y una que otra salpicadura indeseable, pero sobre todo de hacerme sentir bien, pues cada que la usaba me daba seguridad, comodidad y distinción.
Es que para mí la moda no es lo último que se estila en las vitrinas, sino lo que me gusta y me hace feliz.
Algunos me critican por guardar tanto tiempo mi ropa y otras cosas, la verdad es que soy un conservacionista irremediable.
Aún zurzo las medias que me gustan, como lo hicieron los británicos en la depresión que sufrieron durante y luego de la ll guerra mundial, acorde a la recomendación de Churchill: “Blood, toil, tears and sweat”. (Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor). Claro que mis motivaciones solo son guiadas por mi gusto personal, no por la recomendación del ministro inglés.
Lo mismo ocurre con mis preferencias musicales, recreativas y estéticas. Tampoco es distinto cuando hago amistades pues suelo conservarlas per sécula seculórum.
Saqué y guardé los bonitos botones que mi camisa me dejó de herencia, servirán para reemplazar los que pierdan otras camisas que están en camino a su retiro obligatorio. Su tela servirá como limpión o cola de alguna cometa que le haga a mi ahijada.
Es que las cosas no desaparecen súbitamente, solo mudan de oficio.
Su origen sin duda fue muy noble, procedía de la fábrica de camisas Brixton, que las hacía para perdurar por muchos años.
No podía dejar de tomarle una foto a mi querida camisa, que cumplió con creces su oficio y que al rasgarse me dejó una sensación extraña, casi parecida a la que nos deja un ser querido que se va.
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