Los españoles no conocen la historia de España, porque si la conocieran no serían españoles. Y no me refiero a su historia negra, de abusos, conquistas, guerras y explotación, que todos los países y estados han tenido, más o menos, sino a su propia historia, la de su creación como estado.
Salida de los comuneros de Valladolid - Juan Planella 1887 |
La España unitaria, surge bajo la monarquía imperial del Cesar Carlos V, un rey extranjero que se impone a sangre y fuego sobre los restos de los reinos de la península que nacen en el periodo medieval. Pero cuando este joven emperador alemán llega a la península, sin conocer una palabra de castellano, no llega a España, sino a Castilla, a tomar el poder sobre un territorio que, otro príncipe europeo, Felipe el Hermoso, su padre, nunca había llegado a reinar.
Y lo hace despojando de sus derechos a su propia madre, Juana de Castilla, única heredera de la corona (a la que encerrará y silenciara hasta su muerte en una fortaleza, con el argumento de que había que inhabilitarle para la corona, porque estaba loca) y aplastando a los Comuneros de las ciudades castellanas, a las que les arrebatará sus fueros y les impondrá una monarquía absoluta con la colaboración de los grandes nobles y de las altas jerarquías de la Iglesia.
En fin que, el tal Carlos, glorificado por la historia española oficial, era realmente un cabrón descastado, digno hijo de su padre, que por conseguir el poder era capaz de vender a su mismísima madre.
El levantamiento o revolución (como se quiera llamar) comunera, será aplastada sin piedad en Castilla, en los territorios forales vascos (especialmente en Alava) y en diversos lugares repartidos desigualmente por la península (Cataluña, Valencia, Murcia…) pero seguirá manteniendo la llama de los ideales del autogobierno de las ciudades y burgos, en las colonias del otro lado del mar.
Recordemos en este sentido, el episodio de los comuneros de Asunción, que con el vasco Irala al frente, depondrán al gobernador Alvar Cabeza de Vaca, enviado por el emperador para hacerse cargo de los territorios del Rio de La Plata (Cabeza de Vaca había forjado su fortuna junto al Emperador en el Sacco de Roma y había participado capitaneando tropas imperiales en la derrota comunera) despachándolo preso a la península, en un barco, bautizado precisamente, con el significativo nombre de Comuneros. Y ese espíritu comunero, anti-imperial seguirá vivo hasta el desgajamiento definitivo de la metrópoli de los territorios americanos.
Hay que recordar que los llamados Reyes Católicos, no eran reyes de España (como la historia oficial del nacionalismo español los ha venido presentando como los artífices de la unidad patria) porque todavía no existía ni la idea de España. Isabel era reina de Castilla y Fernando de Aragón, dos territorios diferentes, con sus propios límites, historia, monarcas, leyes, costumbres y fueros.
Así que, cuando Isabel muere, el rey viudo nunca llega a reinar (ni a pretender hacerlo) en Castilla (aunque como avezado político maquiavélico que era, nunca dejo de intrigar en la política castellana) y los derechos dinásticos pasarán a su hija Juana. Incluso la llamada conquista de América, es cosa exclusiva de Castilla, por haber sido una empresa propia de la reina castellana, hasta el punto que no participan en ella aragoneses y catalanes que tenían vedada su carrera a las indias, lo que se evidencia hoy en la ausencia de apellidos de aquella procedencia por tierras americanas.
El estado unitario nace pues con la derrota comunera y de las germanías con la nueva monarquía de los Austrias. Ese camino de unificación a la fuerza, que pasa por la conquista aragonesa del pequeño reino pirenaico de Navarra (que abrirá para siglos la herida vasca) se había iniciado antes con la culminación de la llamada Cruzada de la Reconquista, que no es otra cosa que la absorción por las armas castellano – aragonesas, de otros reinos moros (calificación despectiva, propia del nacionalismo católico español, para designar a los musulmanes) que estaban asentados en la península con los mismos derechos, legitimidad e historia, que pudieran tener los reinos cristianos.
El argumento que se otorgará por el Papado para esta Reconquista, no será otro que el derecho divino, que legitimará y santificará la lucha cristiana contra los infieles sarracenos, hasta su expulsión de la península. La misma lucha que llevara más adelante Felipe II, el hijo del emperador, para someter a los protestantes, en los territorios del norte, de donde era originario su padre.
La expulsión de los judíos por los católicos reyes y de los musulmanes derrotados que no renuncien a su fe para adoptar la cristiana, son otros dos episodios que hay que ver desde la misma dinámica de unificación territorial e identitaria, de un nuevo estado totalitario, basado en la religión cristiana romana.
Así que todos los problemas de vertebración de la actual España que, ponen de manifiesto los llamados nacionalismos periféricos, y que tanto indigna a los españoles bien nacidos (de manera especial al madriñelismo, en el que se concreta la simbología de la España una y monárquica) no son otra cosa que, consecuencias del nacimiento de un estado alumbrado con fórceps, contra la opinión de una gran parte de los pueblos peninsulares, que fueron sojuzgados por las monarquías absolutas, castellanas , aragonesas y después españolas, y que llevaron a expulsar del país a millares de peninsulares, que tuvieron que salir en busca de un nuevo hogar en el norte africano, en el reino de Portugal y en otros reinos europeos menos intolerantes, y como no, en las tierras del otro lado del mar, donde pudieron ocultar sus diferencias y creencias sin ser perseguidos por ellas.
Un segundo capítulo del intento de construir una España diferente, vendrá con las ideas ilustradas de la revolución francesa, que serán aplastadas con el triunfo de la reacción en una gloriosa Guerra de la Independencia, que ha sido leída por la historia oficial, como el triunfo de la indomable raza española, ante los afeminados gabachos.
Las bayonetas revolucionarias de la libertad, la igualdad y la fraternidad, pretendieron imponerse por la fuerza para liberar a un pueblo atrasado e inculto, que reaccionó expulsando a la monarquía progresista de Jose I (al que despectivamente llamaron Pepe Botella, un rey quizás excesivamente ilustrado para una España primitiva) y a las tropas francesas bajo el grito de vivan las cadenas.
Un fracaso del incipiente liberalismo ilustrado tanto en su parte de los afrancesada colaboradores del nuevo régimen, como en su parte castiza de las Juntas Revolucionarias, que decapitaría el mayor de los traidores entre todos los reyes ruines y miserables que ha tenido este país, el déspota Borbón, Fernando VII.
Los territorios americanos no soportaran tanto despotismo y desprecio hacia los criollos y en una verdadera guerra civil con los realistas, acabaran por desligarse definitivamente de la metrópoli. Cuando Carlos III, el rey ilustrado, intento regular las relaciones con las llamadas colonias y cuando la primera Republica intento así mismo buscar soluciones políticas al autogobierno de aquellos territorios, ya era demasiado tarde y los nacientes estados republicanos americanos, marcados por las ideas de la Ilustración y las revoluciones francesa y americana, ya no querrán saber nada con un estado trasnochado, brutal y clerical, que concebía las colonias como un lugar de donde sacar riquezas y en donde vender en régimen de monopolio los productos de la metrópoli, al precio que esta fijara.
Las luchas entre Carlistas y liberales ocultaran en las sucesivas guerras de sucesión, esta falta de vertebración, de este país fallido, que continuará en este nuevo periodo sin dar solución a los diferentes territorios que con historia, cultura e incluso idioma propio, tienen sus orígenes políticos en las monarquías medievales.
Por último, la derrota de la II Republica por la reunión de todas las fuerzas de la reacción (legitimadas una vez más por la iglesia católica tridentina) bajo el Franquismo, intentara borrar de nuevo la realidad de las diferencias entre los distintos territorios peninsulares, para crear un patria grande y libre, con una unidad de destino en lo universal.
Para ello será preciso volver a ensalzar el tiempo de la España Imperial de Carlos V y Felipe II, a la vez que se borraba la historia comunera, calificándola de retardataria y neo medieval. De la misma manera, pero con más virulencia, se actuará contra Cataluña (como antes hizo con notable crueldad Felipe V) y contra las provincias separatistas vascas, así como contra toda idea de arte, cultura o costumbres (rojo-separatistas se las llamará) que pudieran salirse del modelo nacional católico imperial.
España como idea estado, fue una imposición monárquica, que el franquismo supo recuperar. Pero la realidad subyacente en los pueblos de la península siempre ha dicho algo diferente: que ese estado español era un reiterado fracaso histórico.
Y así estamos hoy, asentados de nuevo en la crisis de un estado que se quiere por algunos unitario, pero que se trata de imponer bien de forma autoritaria o bien por atajos aparentemente democráticos que, salvan los límites de las leyes de una democracia burguesa formal, respetándolas solo en la forma.
De aquel país de ramo y sacristía de los tiempos de la II República, que dijera el poeta, se ha pasado, tras los negros años de la dictadura, a un país de corruptos, ignorantes, chulos y horteras que se apoya en la demagogia más barata para convencer a las clases más ignorantes e iletradas de la población. A un país, en el que a las masas de ciudadanos parece no importarles la absoluta corrupción política y económica, de un poder político sin ideología, sin ideas y sin moral, que solo existe para pervivirse así mismo, porque sabe que, el poder real, esta en manos de los grandes grupos económicos y financieros que hace años dejaron de tener patria. Porque ya, casi nadie cree en España como patria… ¿Cómo van a creer si a los partidos que se llenan la boca diciendo defenderla, solo la quieren para exprimirla?
En un país así, con tal descomposición moral de las instituciones del estado, es natural que a la gente, la patria le importe un rábano y que tienda a refugiarse en su patria chica…en el fondo, su única y verdadera patria.
Así que si ser español es defender las ideas, el comportamiento, los valores, la ética y el actuar político que hoy defienden el PP y el PSOE, o que en otras épocas defendieron Franco, Fernando VII, Carlos V o los Reyes Católicos… yo no soy español.
Si ser español es ser como esos paradigmas del engaño, la prepotencia, la tergiversación, la inmoralidad y la corrupción como son Aznar, Felipe González, Zapatero o Rajoy… yo no soy español.
Si los Borbones Juan Carlos y su hijo son el símbolo de España, como antes lo fueron otros tantos Borbones de ingrato recuerdo… yo no soy español.
Así que si tuviera que responder a la pregunta ¿Qué ES ESPAÑA?...en rigor, solo podría decir, que España es una entelequia, una ficción histórica, esto es, que España, no es nada.
2 comentarios:
Gracias!
Hola John Giraldo. Que bueno que te haya gustado la publicación. Su autor, Alberto López es un arquitecto y escritor español muy conocedor del tema. Muchas gracias por el comentario y por visitarnos.
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