Bajo el lema Es cuestión de fe y nos unimos todos con música, se dio inicio al festival el 18 de junio.
La mayoría de las fotos son de Horacio Gil Ochoa.
Solo a Gonzalo Caro, "Carolo", se le pudo ocurrir un evento como este, que estaba en contravía con la "recatada"sociedad de esa Medellín de los años setentas. Carolo contó que concibió este evento durante un sueño psicodélico que tuvo durante un paseo que hizo a San Andrés Islas, en compañía de la tropa nadaísta encabezada por Gonzalo Arango. Cuando les contó su idea todos rieron y le dijeron que estaba loco. Es que Carolo en ese momento era el más jóven del grupo y hasta le decían "la mascota". Por eso Gonzalo Arago dijo:
- "Muchachos, se nos enloqueció la mascota".
Gonzalo Caro Carolo en su Caverna |
Solicitaron al alcalde de Medellín de esa época, Álvaro Villegas Moreno,el permiso para hacer el festival, y sorprendentemente en muy corto tiempo lo obtuvieron.
Para suerte de los organizadores el evento contó con el apoyo incondicional del alcalde, que por su papel en la realización fue calificado de forma exagerada como "el alcalde hippie" por el diario El Colombiano.
Álvaro Villegas fue destituido por obra y gracia del cura Fernando Gómez, el de La Hora Católica, que desde la emisora y el púlpito prohibía asistir al festival, bajo la amenaza del pecado mortal. Curiosamente estas prohibiciones solo exacerban la curiosidad de la gente.
Entre el 18 y el 20 de junio de 1971 se realizó este festival en en La Estrella, Antioquia, municipio próximo a Medellín. Debido al impacto del evento en los medios y a la amplia difusión que tuvo, ha sido catalogado en numerosas ocasiones por la prensa como el "Woodstock colombiano".
Dicen que Carolo escogió el terreno de Ancón Sur para hacer el evento, porque lo visitaba con frecuencia por la abundancia de hongos alucinógenos que siempre encontraba allí.
Aunque no participé, si estuve "loliando"* desde la carretera, (Flecha). Abajo, en medio de una nube de humo, centenares de jóvenes disfrutaban la estridente música que no paró de sonar en esos tres días de amor y paz.
Llegar al sitio se me hizo eterno, pues la carretera no aguantó la caravana de carros y buses que colapsaron el tráfico.
Para llegar al lugar de la reunión había que pasar un puente provisional que habían instalado. Era cuestión de decidir si cruzarlo o no. Yo no lo crucé y preferí quedarme observando; además la entrada era con las boletas que habían vendido, dicen que no quedó ni una. Las boletas del encuentro se vendieron rápidamente en Cartelan Día, en el Pasaje Junín y en el Tijuana de Itagüí. Los hippies llegaron a Medellín al Parque Bolívar y allí a punta de dulzaina, guitarra y trova esperaron calmados la hora cero para partir al Parque de Ancón, en La Estrella. Se vendieron boletas a 13 pesos con 20 centavos, las cuales se agotaron rápidamente.
Yo estaba muy joven aún y estudiaba en un colegio católico, por eso tengo que reconocer que me amedrenté con ese ambienta tan extraño. Los vendedores de "Dulces pasaban con sus bandejas de madera pregonando su producto con una sola palabra:
- Cosa, cosa, cosa.
Así se le decía también al bareto: cosa.
* Loliando: Colombianismo: Curiosear
Álvaro Villegas fue destituido por obra y gracia del cura Fernando Gómez, el de La Hora Católica, que desde la emisora y el púlpito prohibía asistir al festival, bajo la amenaza del pecado mortal. Curiosamente estas prohibiciones solo exacerban la curiosidad de la gente.
Entre el 18 y el 20 de junio de 1971 se realizó este festival en en La Estrella, Antioquia, municipio próximo a Medellín. Debido al impacto del evento en los medios y a la amplia difusión que tuvo, ha sido catalogado en numerosas ocasiones por la prensa como el "Woodstock colombiano".
Dicen que Carolo escogió el terreno de Ancón Sur para hacer el evento, porque lo visitaba con frecuencia por la abundancia de hongos alucinógenos que siempre encontraba allí.
Aunque no participé, si estuve "loliando"* desde la carretera, (Flecha). Abajo, en medio de una nube de humo, centenares de jóvenes disfrutaban la estridente música que no paró de sonar en esos tres días de amor y paz.
Llegar al sitio se me hizo eterno, pues la carretera no aguantó la caravana de carros y buses que colapsaron el tráfico.
Para llegar al lugar de la reunión había que pasar un puente provisional que habían instalado. Era cuestión de decidir si cruzarlo o no. Yo no lo crucé y preferí quedarme observando; además la entrada era con las boletas que habían vendido, dicen que no quedó ni una. Las boletas del encuentro se vendieron rápidamente en Cartelan Día, en el Pasaje Junín y en el Tijuana de Itagüí. Los hippies llegaron a Medellín al Parque Bolívar y allí a punta de dulzaina, guitarra y trova esperaron calmados la hora cero para partir al Parque de Ancón, en La Estrella. Se vendieron boletas a 13 pesos con 20 centavos, las cuales se agotaron rápidamente.
Yo estaba muy joven aún y estudiaba en un colegio católico, por eso tengo que reconocer que me amedrenté con ese ambienta tan extraño. Los vendedores de "Dulces pasaban con sus bandejas de madera pregonando su producto con una sola palabra:
- Cosa, cosa, cosa.
Así se le decía también al bareto: cosa.
* Loliando: Colombianismo: Curiosear
¿Pasar o no pasar? He ahí el dilema. |
El puente de hierro y madera colocado por las autoridades sobre el río Medellín se volvió una autopista de hippies que eran requisados, superficialmente, por Gonzalo Caro, ‘Carolo’, que aparte de ser el encargado de decomisar el aguardiente, era reconocido como el gestor, promotor y creador del Festival. Quién iba a pensar que aquel hombre meses atrás se reconocía como integrante activo de los grupos de manifestantes de la Universidad de Antioquia, de esos que realizaron una serie de cuarenta manifestaciones que terminaron con la renuncia del alcalde Ignacio Vélez Escobar tras la visita del banquero David Rockefeller a Colombia en 1968.
Cuando los veían bajar, todos lo alertaban a gritos: - AHÍ VA OTRO. Los rescatistas lanzaban sus manijas y los ponían a salvo. Milagrosamente nadie se ahogó. El río Medellín en ese sitio corría por un cause muy estrecho y lleno de rocas grandes.
La gente llegó a La Estrella cómo pudo: en carro, en avión, jalando dedo o a pata, todo valía con tal de no perderse ese concierto histórico. Llegar a Ancón fue complicado por el trancón de vehículos que se armó. La juventud desenfrenada dormía en carpas, hamacas o en donde caían agotados por los "viajes". La comida y el agua se repartían entre todos y el que se animaba se botaba al río para refrescarse.
Leonardo Nieto, el dueño del Salón Versalles, fue el primero en patrocinar el festival. Cinco mil pesos de la época, más la responsabilidad de servir de fiador para que Manuel Arcila, el dueño del chance en la ciudad, le prestara al evento otros cincuenta mil a interés. Nieto quedaría tan contento con el festival que al momento de la devolución del dinero le dijo a ‘Carolo’ que dejara eso así, que aquel evento había sido un cambio radical. (Felipe Hincapié)
En un principio la entrada costaba 13 pesos con 20 centavos, pero llegó tanta gente que acabó siendo gratuito. 42 días demoró la organización del festival cuya atracción principal era una enorme tarima, de unos dos metros de altura, levantada a mitad de un potrero. Al lugar se ingresaba mediante un puente de madera que colgaba sobre el río Medellín. La empresa responsable del sonido era de Hernán Vélez y, según algunos comentarios en Facebook, era lo mejor que había en el país en aquella época.
Desde que se supieron las intenciones de ‘Carolo’ para con la ciudad las mentes más conservadoras pusieron el grito en el cielo. El mero hecho de pensar en un evento donde se juntarían los jóvenes hippies e ‘inbañables’ era para las altas esferas de la ciudad un despropósito, pues era la excusa perfecta, según ellos, a la perversión, el mal turismo, la aglomeración de vagos y desadaptados y a la humillación de toda la tradición cristiana que había tenido la culta, honorable y digna Medellín.
Tanto así que el padre Fernando Gómez Mejía, a través de su programa radial La Hora Católica, decretó que era pecado mortal ir a Ancón, lo que sin embargo aumentó la expectativa y las ganas de asistir de los jóvenes. “Como la gente no era tan mala, la mínima oportunidad de pecar la aprovechaban, y el pecado mortal era una oferta muy tentadora”, afirma ‘Carolo’.
Para asegurarse de que la fuerza pública no dañara la fiesta, lo primero que hicieron Gonzálo Caro y Humberto Caballero, los organizadores, fue conseguir el apoyo de las autoridades. El encargado de inaugurar la fiesta fue el alcalde Álvaro Villegas Moreno y La Real Sociedad del Estado, una banda de rock bogotana, arrancó con la música. Durante esos tres días llegaron personas de todo el país y de todas las clases sociales.
“Nos conocimos todos los hippies de Colombia”, dice Augusto Martelo, un bajista conocido por tocar en la banda de rock Crash quién se presentó en el festival con dos grupos de rock: La Planta y Hope. Según Martelo, muchos extranjeros asistieron, atraídos por ese derroche de alegría y libertad. (Juan Sebastián Barriga Ossa)
Poco a poco la ciudad fue volviendo a su normalidad. Álvaro Villegas fue destituido por obra y gracia del cura Fernando Gómez, el de La Hora Católica. Los hippies se fueron a sus casas paulatinamente, los jóvenes se cortaron sus melenas, volvieron a misa y dejaron pasar aquel fin de semana donde no les importó nada, nadaron desnudos, probaron la marihuana o el LSD, perdieron la virginidad y conocieron el rock n roll. (De Ancón y otros demonios de la Medellín goda.) Felipe Hincapié.
Fue una catarsis, un grito de protesta contra una educación que restringía, que anulaba la libertad de ser y hacer. Muchos volvieron a sus vidas transformados en seres libres y creativos, ajenos al miedo, dispuestos a enfrentar los retos de la vida. De allí surgieron grandes líderes, empresarios, músicos, escritores y artistas pletóricos de creatividad.
Soñadores de sueños posibles. Ahora luego de más de cuarenta años son abuelos y abuelas amorosas, sexagenarios de bluyín y tenis a los que solo se les envejece su cédula.
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