Ya lleva diez muñecos* en su cuenta, me dijo el guarda que me acompañaba en mi visita al penal. De pronto al escucharnos se tiró sus cabellos hacia atrás y levantó lentamente la cabeza para observarnos. Retrocedí espantado al ver su rostro desfigurado por una perpetua mueca de odio y sus ojos crispados e inquisidores.
Era imposible calcular su edad con solo mirarlo, pero aún así y a pesar de su piel ajada y apergaminada por la falta de sol se intuía que era la de un hombre de no más de cuarenta años.
El guarda me condujo entonces hasta un saloncito donde se me había permitido entrevistarme con un recluso que llevaba allí más de quince años y que había tenido cierta cercanía con “El engendro”, mote del pobre desgraciado de la celda de seguridad.
Estando ya en el sitio de encuentro el guarda se quedó montando guardia en la puerta asegurándome que pronto vendría el personaje que había solicitado para la entrevista.
El sitio estaba iluminado por una lámpara de dos tubos fluorescentes, uno de los cuales estaba ya pasando a mejor vida, pues parpadeaba y emitía un casi inaudible ruido eléctrico en su continua lucha por no apagarse definitivamente.
En el centro había una mesita y dos sillas de plástico, tomé asiento y al poco rato entró un hombre luciendo el uniforme naranja del reclusorio.
Se sentó en la otra silla y quedamos frente a frente. Encendí mi grabadora y me dispuse a escucharlo:
- Le voy a contar lo que sé del loco Lucho. Cuando llegué a prisión él ya llevaba un año, era todavía un muchacho tímido y solitario y me dio la impresión de que era un hijo de papi y mami. Me sorprendí mucho cuando alguien me contó que el mismo día que llegó había matado a un preso que pretendía robarle los zapatos y que su agresividad fue tal que todos le cogieron miedo desde entonces. No hablaba con nadie y en las salidas al patio se retiraba para recostarse bajo un árbol que hay en ese sitio.
Lucho con el tiempo, no sé por qué, me cogió confianza y me contó cosas de su vida, por ejemplo me dijo que llegó a Buga cuando solo tenía cinco años pues su padre había comprado allí un pequeño almacén de cacharros, eran oriundos de un pueblito de Antioquia, su madre comenzó a hacer tamales que él luego vendía por las calles antes de ir a la escuela.
Me decía que las cosas iban bien, tanto así que con los años el negocio de su padre derivó en una respetable cacharrería. Era un buen estudiante y mejor hijo, al los dieciocho años conoció al amor de su vida, una hermosa muchacha de ojos de miel y cabello rubio como el mismo sol.
Cuando me contó esto ya había cumplido tres años de condena y justo entonces tuvo un disgusto con otro preso que le exigía una cuota monetaria dizque para concederle el derecho de sentarse a la mesa en las horas de almuerzo. Entonces ese tranquilo muchacho se transformó en una furiosa bestia y se abalanzó sobre el abusivo personaje estrangulándolo con sus propias manos. Fue su segundo muñeco*en la cárcel.
Lina se llamaba su adorado tormento y pertenecía a una acomodada familia del lugar. Pronto se formalizó su noviazgo y no habían pasado cinco meses cuando la llevó al altar estableciendo un hogar ejemplar al que pronto arribó una hermosa bebita.
Su padre falleció de repente y él tuvo que encargarse del negocio, afortunadamente ya había terminado su bachillerato y estaba al tanto del manejo de la cacharrería.
Sus desafortunados incidentes en el penal le habían creado fama de matón y no pocos enemigos. Una mañana estando en el taller un tipo buscapleitos comenzó a molestarlo echándole puyas y comenzó a empujarlo mientras gritaba palabras desafiantes, grave error, sobra decir que en el acto se convirtió en su tercer muñeco.
Ya casi ni me hablaba pero si me comentó que cuando hacía esas cosas sentía que se desconectaba de la realidad y que perdía totalmente el control.
Sus penas se iban acumulando y Lucho veía cada vez más lejano el día de su libertad. Mientras, Lina se fue para Bogotá con un vendedor que había conocido llevándose con ella a su hija.
La madre de Lucho tuvo que vender a menos precio la cacharrería y al poco tiempo murió de pena moral.
Ya no era necesario que alguien provocara a Lucho para que se desatara su furor, solo una mirada que el interpretara como desafiante o un inocente comentario eran detonante suficiente para que la locura lo poseyera y atacara con inaudita fuerza al desventurado que estuviera en su camino.
Cuando su hija cumplió su primer año lo celebraron con una hermosa fiesta, el mundo no podía ser más perfecto, su madre y su esposa organizaron el salón de banquetes tan hermoso como nunca antes se había visto en Buga, el helado y los sorbetes de frutas fueron la delicia de todos los niños invitados. Los mayores se sentaron en el fondo del salón para conversar y no se consumió ni una gota de licor, es que Lucho nunca tuvo inclinación por las bebidas alcohólicas.
No escatimó en gastos y contrató un teatro de títeres, un mago y un fonomímico traído desde Cali. Las sorpresas se las encargaron a un familiar que tenía en Medellín y descrestaron a todos por su calidad y buen gusto.
El pobre Lucho ya pasaba casi todo el tiempo en la celda de castigo, no se volvió a cortar el cabello y descuidó su aseo personal, había perdido el deseo de vivir, sentía que lo había perdido todo.
Hasta hoy ya son diez los que él ha despachado a mejor vida, es por eso que lo llaman el engendro, todos se apartan de su camino pues el desgraciado está loco.
Cuando llevaba dos años de matrimonio llegó al pueblo un agente viajero que le ofreció unos productos que le encantaron, hecho el negocio el hombre le insistió tanto que fueran a celebrarlo que finalmente terminó en un barcito en las afueras del pueblo, por primera vez se tomó una copa de aguardiente y sorprendentemente la encontró muy agradable, charla va y charla viene acabaron consumiéndose dos botellas. Su anfitrión pagó la cuenta y se despidió quedando solo Lucho en el bar. Se paró de la mesa y sintió que el mundo se movía bajo sus pies, se recostó en la barra del bar y pidió una cerveza para calmar la sed.
Eran como las dos de la madrugada y en el lugar había a lo mucho cinco clientes, todos tan embriagados como él.
Se bebió la cerveza a pico de botella en tres o cuatro tragos y cuando fue a cancelar su valor descubrió que había dejado la billetera en la cacharrería, el cantinero no tomo esto de buena manera y comenzó a tratarlo con palabras desobligantes, todos miraban la escena morbosamente y Lucho sintió que se le subía la sangre a la cabeza, luego todo quedó en negro y por un instante pensó que estaba en la cama al lado de Lina teniendo una pesadilla, solo oía a lo lejos gritos y ruidos, quería despertar y no podía.
Cuando al fin abrió los ojos descubrió que en su mano derecha tenía una botella de cerveza rota que estilaba gotas de sangre y que en el piso yacía el obeso cantinero con una gran cortadura en el cuello de la que salían borbotones de sangre que formaba un pequeño arrollo rojo brillante que se deslizaba como una serpiente por el piso…
Esa es la historia que conozco señor, La triste historia del engendro, de ese joven exitoso y con una vida maravillosa, que perdió todo por una cerveza.
*Muerto por asesinato
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