Medellín era un buen vividero en la mitad del siglo pasado. Hasta el clima era más fresco, casi frío, y no era extraño ver a la gente en las calles abrigada con ruanas y sacos gruesos de paño. En las mañanas la ciudad amanecía cobijada con esa niebla propia del campo y arrullada con el trino de los pájaros. Las golondrinas inundaban los cielos de la aún pequeña ciudad y atravesaban el cielo con su gracioso vuelo. El pito del tren sonaba con puntualidad inglesa a las siete de la mañana y lo escuchábamos claramente desde mi casa situada a varios kilómetros del río, a cuyo lado estaban los rieles del ferrocarril.
Entonces no se tomaban fotos sino "vistas", el aeropuerto no era aeropuerto, era el campo de aviación "Las playas". No había grandes superficies ni sofisticados supermercados, estaba la tienda de la esquina, aunque mercados La Candelaria ya incursionaba con dos pequeños y bonitos locales, la televisión era solo un aburrido y nuevo embeleco y la radio reinaba y acaparaba la sintonía. En el centro de la ciudad le sacaban a los transeúntes fotos "instantáneas", que podían reclamar al día siguiente presentando en pequeño recibo que les daban.
Jardines a orillas del Río Medellín al el fondo la Plaza de Toros La Macarena 1960 |
Los vecinos eran amigos y a veces casi familia, el carro de la policía era "La bola" y el chupasangre era el coco de los niños. Las mamas lavaban la losa con jabón lucero y en el baño no faltaba el jabón de tierra.
EL PAPEL HIGIÉNICO.
Aunque ya había sido inventado en la China en el siglo II antes de Cristo y reinventado en Estados Unidos por Joseph C. Galletty en 1857 el papel higiénico no había llegado a Medellín y en baño que se respetara no faltaban las tiras recortadas de papel periódico engarzadas en un alambre.
Con sorpresa recuerdo en un paseo que hicimos a la finca de mi abuela materna, descubrí que allí no había inodoro sino que usaban una letrina encerrada en un pequeño habitáculo de madera rústica y que en lugar de las tiras de papel periódico mantenían tusas de mazorca atadas a un alambre clavado en la pared.
Aún comíamos frisoles y desayunábamos diariamente con chocolate, arepa y quesito. Tomábamos la media mañana, el algo, y tarde en la noche la merienda. El maíz y los granos se median por puchas y las telas para hacer la ropa se compraban por varas o yardas. Éramos montañeros en un pueblo grande.
Las mujeres le llevaban a sus esposos el almuerzo a las fábricas en porta comidas y los acompañaban mientras comían, a veces iban acompañadas con sus pequeños hijos.
Agente de transito en San Juan con Carabobo, 1944 |
El ruido no había llegado y eso se reflejaba en la salud de todos, la gente era amable, se saludaba, andaba sin prisa y la alegría y la tranquilidad era el común denominador de este pueblo paisa.
Y así pasaron muchos años hasta que con las nuevas migraciones las laderas verdes de la ciudad se fueron llenando de adobe y concreto para alojar a sus nuevos inquilinos. El río fue cambiando de color y de olor y el ruido irrumpió solapadamente llenando poco a poco el silencio bucólico de la vieja ciudad. Muchos ni se enteraron de estos cambios y pensaban que todo estaba bien.
Los aviones pasaban todo el día sobre nuestras cabezas desde o hacia el aeropuerto de las playas, era poco el tráfico aéreo en un comienzo pero con el tiempo su paso era constante y no era raro que mientras hablaban por teléfono las señoras dijeran: "Esperate querida..., aguardá hasta que pase el avión".
Cerro Nutibara, Medellín años 50s - Álbum familiar |
2 comentarios:
Que þién se vivía en aquella epoca,maravilloso,inolvidable.
Hola Gabriel. Así es, sobre todo teníamos una vida más tranquila y segura.
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